domingo, 23 de marzo de 2025

Sobre trazabilidad, ideología, consumo y privilegios

¿Hasta dónde es menester la existencia de la trazabilidad dentro del café y cuándo empieza a ser un capricho de los más pudientes? ¿Significa siempre un beneficio directo para los productores? ¿Demandamos mucho y damos poco a cambio? ¿Nos importa la gente detrás del café o sólamente su producto?

Revoluciones

Recientemente tomé un vuelo de Ciudad de México a Santiago de Chile. 8 horas. Para matar el aburrimiento, exploré el catálogo de series y encontré A Gentleman in Moscow, una serie protagonizada por Ewan McGregor, que narra la historia de un Conde que luego de la Revolución Rusa se ve recluido en un hotel por su condición de aristócrata.


Esta miniserie nos presenta un mundo en el que lo no esencial se vuelve invisible a la vista y poco a poco, aunque a veces de la noche a la mañana, los lujos y excesos desaparecen. La nobleza ha perdido el poder y ahora lo funcional, y en particular lo funcional al Partido, impera.


Esto se ve ilustrado a lo largo de distintas escenas, como por ejemplo, en el reemplazo de las pinturas que responden a las bellas artes con propaganda comunista.


Más allá de que la serie está dirigida de manera que uno empatice con el Conde, cuyo mundo acabó y ahora se encuentra confinado en un hotel donde aún mantiene una vida plagada de lujos, su padecimiento lejos está de equipararse al yugo de la monarquía zarista que dió lugar al estallido de la revolución en 1917.



El vino de Schrödinger


El Conde Rostov (ahora en realidad  solo Alexander Rostov), cuenta con un amplio conocimiento sobre vinos y su maridaje, un rasgo de alta alcurnia que se manifiesta en reiteradas escenas. En una ocasión, cuando ordena un vino en particular, el garçon le explica burlonamente que sus opciones se reducen a blanco o tinto, pues su mundo y sus privilegios se desvanecen con cada día que pasa.


Alexander luego se entera de que a cada vino de la bodega del hotel se le ha quitado la etiqueta, haciendo que todos, a pesar de ser distintos, aparenten ser iguales.


Podríamos decir que estas botellas ahora contienen, a la vez, el peor y el mejor vino de la cava. Otro camarero infiere que el Partido considera a la amplia selección del menú de vino del hotel “el monumento al privilegio de la nobleza”. 


Comunismo vs Consumismo


La serie muestra como un movimiento vuelve todo uniforme y masificado en detrimento de la individualidad y los excesos ostentosos de la aristocracia. 


Nina, uno de los personajes cuya forma de pensar se encuentra en las antípodas de la de nuestro protagonista, explica que el mundo al que pertenece el Conde debe acabar para poder avanzar hacia un futuro mejor. Para ella, el hecho de que el Alexander haya pasado una vida eligiendo entre distintas cepas y cosechas no fue libre de costo, sino que se pudo sostener a expensas del hambre de muchos compatriotas, o ahora camaradas.


Alexander reclama que el vino que había elegido era perfecto para la ocasión y que había sido cultivado y procesado con la esperanza de que algún día se sirviera con una comida que esté a la altura. Más allá de que esto pudiera ser cierto, ¿Cómo es la vida de los productores de vino comparada con la del Conde? 


La exigencia unilateral


Salvando las diferencias históricas, y los extremos entre aristocracia y comunismo, no puedo evitar comparar estas realidades, o ficciones, con el consumo de café de especialidad. El valor agregado o la singularidad de un café puede ser banal si su impacto al otro lado de la cadena de suministro es bajo o nulo


Sí, la homogeneización lleva a la pérdida de identidad de productos y personas, de aquello que orgullosamente nos hace diversos, diferentes. Al mismo tiempo, parece una picardía que lo diferente esté reservado para unos pocos privilegiados, mientras que el resto no solo no tiene para elegir, sino que a veces no tiene siquiera para usar, consumir o disponer.


A todos nos gusta el ocio, el arte, lo que nutre más allá de simplemente alimentar, pero el precio a pagar para obtenerlo puede ser muy alto y a muchos no les importa que sean otros los que lo paguen. El Conde es quien es porque otros son lo que son. Su riqueza, aunque heredada, surge del sometimiento feudal de varios siglos de una Rusia pre-industrial.


First World Problems


Parece un poco injusto, o caprichoso, que el sufrimiento de Alexander pase por no poder elegir entre los vinos más caros del mundo, mientras que mucha gente, literalmente, muere de hambre.


A mi entender, no somos mejor que el Conde cuando demandamos trazabilidad o transparencia para nuestra satisfacción y no por su impacto.


El pasado como legado cultural


Por otro lado, la búsqueda de erradicación cultural del pasado me remite a otra producción audiovisual: The Monuments Men. Una película basada en una historia real sobre una carrera contrarreloj durante la Segunda Guerra Mundial para que un grupo de arquitectos, pintores, escultores y curadores de arte logren salvaguardar la mayor cantidad de obras posibles antes de que el patrimonio europeo sea destruido por los nazis. En esta película, el teniente que interpreta George Clooney (What else?) afirma que la eliminación del arte significa el despojo de la historia y el legado de las civilizaciones que nos precedieron. 


Es poco probable que esas obras de arte hayan contribuido a construir un mundo más justo, pero sí uno más bello (o por lo menos para algunos).



Lo colectivo sobre lo individual


Hablando de estas series y películas, no puedo evitar pensar en Chernobyl, la serie de HBO. Esta producción, más allá de su trama explícita sobre la catástrofe nuclear de Chernobyl, nos habla sobre la diferencia ideológica con occidente. En la URSS, lo colectivo se impone sobre lo individual, el éxito (o fracaso) de la madre patria es mucho más importante que la vida singular de sus ciudadanos y de esta manera mineros, bomberos e ingenieros devotamente entregan su vida volviéndose tanto mártires como víctimas de la burocracia soviética.



Lo que experimentaba el Conde Alexander Rostov en A Gentleman in Moscow era tan solo el inicio de un movimiento que trascendiera lo político o económico y alcanzaría lo social y cultural manifestándose en arquitectura funcional y austera, un urbanismo monótono y una vida monitoreada con poca o nula posibilidad de contradecir la moderación y el adoctrinamiento.


La inmediatez del fascismo


Esto último me recuerda al episodio sobre fascismo italiano del podcast Gastropolítica de Maxi Guerra. Bajo el régimen de Mussolini, se abolía la dolce far niente. El tiempo ya no se iba a perder en la preparación de elaborados platillos y el disfrute de distendidas sobremesas, sino que se iba a destinar al trabajo y la expansión del movimiento fascista como deber civil. Lo mismo sucedía con el café y la forma de prepararlo: La conveniencia vencía al ritual y no daba tregua para que surgieran pensamientos libres.


Beber con moderación


Dicho todo esto, la austeridad, ya sea fascista o comunista, se encuentra en un extremo de este espectro del consumo, mientras que los excesos se encuentran en el otro polo junto con la burguesía y la nobleza. En nuestro ejercicio de consumo, tratemos de no ubicarnos en ninguna punta. El café debe ser tanto justo como bello, al igual que nuestras vidas e ideales.


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