Max Havelaar es la ópera prima de Multatuli, pseudónimo de Eduard Douwes Dekker, un ex-funcionario de las Indias Orientales Neerlandesas.
Mediante esta novela semi autobiográfica publicada en Ámsterdam en 1860, Multatuli denuncia la explotación de la población de Java a través de un sistema colonial corrupto, avalado por la burguesía en los Países Bajos.
Sin embargo, según su autor, “(...) no es una novela. Es una obra histórica. Es una memoria de agravios, es una denuncia, ¡es una exhortación!”
Dicha exhortación dio inicio a ideas que derivarían en la Política Ética (Ethische Politiek) de 1900 y posteriormente al movimiento de liberación de Indonesia, acabando con el colonialismo neerlandés.
Se trató de una denuncia pública contra el gobierno a través de la narración en prosa para influir sobre la población y que su reclamo no pase desapercibido como había sucedido en otras ocasiones.
“Qué todo eso parezca una novela es solo para hacerlo más vendible que lo que cabe esperar de una cosa oficial”, explica Multatuli.
La novela entrelaza continuamente ficción y realidad llegando a desdibujar la fina línea que las separa. Esto se manifiesta a través de distintas narraciones que hacen dudar acerca de que es real dentro de la ficción, y que es ficción dentro de la ficción, concluyendo que el hecho de que sea ficción o no es irrelevante, ya que se trata de historias que representan el sometimiento real de una población a manos de sus colonizadores y con complicidad de sus gobernantes autóctonos.
Incluso el título de la novela es una trampa, ya que poco y nada se habla del café en la novela, pero era la forma que tenía Multatuli de apelar al interés del ciudadano pequeñoburgués.
El éxito de la obra se debe en parte a su estilo y contenido disruptivo para los cánones decimonónicos, como la existencia de narradores múltiples o la misma intervención del autor en el capítulo final.
Antes de escribir su novela, Douwes Dekker había sido Residente Asistente de Lebak hasta 1856. En este rol, era responsable del bienestar de la población autóctona que estaba siendo explotada por su Regente, un jefe nativo.
La Compañía Neerlandesa de Comercio
En 1824, por iniciativa del Rey Guillermo I, se constituyó la Compañía Neerlandesa de Comercio. Al igual que la antigua VOC, la Compañía obtuvo el monopolio sobre el transporte y la venta de productos gubernamentales, como el café, el azúcar, el té y el índigo. Los beneficios generados por estos productos ascendían a un tercio de los ingresos obtenidos por el Estado Neerlandés para mediados del siglo XIX, siendo el café el producto más rentable.
El Rey nombraba al Gobernador General, la máxima autoridad en las colonias. La sede principal del gobierno colonial estaba en Batavia y la colonia estaba dividida en Residencias, regidas cada una por un Residente neerlandés. Cada Residencia estaba, a su vez, gobernada por un Regente, un monarca nativo de ascendencia aristocrática y un Residente Asistente neerlandés. El Regente conservaba su posición como monarca gobernante de la población, pero subordinado al Gobernador General, que lo designaba funcionario remunerado. Además recibía una indemnización por ceder la soberanía, percibía un porcentaje de los ingresos generados por los productos que se exportaban a los Países Bajos y podía disponer de sus súbditos para que trabajaran sus campos.
De esta manera, La corona neerlandesa se enriquecía a costa de la explotación y pobreza de los javaneses, quienes debían ceder bienes y prestar servicios no remunerados, además de pagar impuestos y estar sometidos por gobernantes locales y extranjeros.
Max Havelaar y el comercio justo
Max Havelaar también fue el nombre que recibió la primera iniciativa de etiquetado Fairtrade. Impulsada por una agencia holandesa de desarrollo en 1988, y seguida por otras certificaciones y sellos similares en otros países, frente al impacto de la caída de los precios del café en los pequeños caficultores.
Seguramente hayas oído hablar de Fairtrade y su liderazgo en el posicionamiento del consumismo ético.
Los bienes certificados por Fairtrade son producidos en el Sur Global bajo principios de “organización democrática”, como las cooperativas para el caso del café, la garantía de que no haya explotación infantil involucrada y la sustentabilidad ambiental. Se garantiza un precio mínimo para el desarrollo de infraestructura social y económica.
La famosa certificación Fairtrade tiene sus raíces en organizaciones de comercio alternativo que determinaban los precios en base a la justicia social, en contraposición con los impredecibles mercados internacionales. Estos buscaban una conexión del Sur con el Norte Global a través de una serie de reglas y principios de comercio justo.
Hacia finales de la década de 1980 se produjo un cambio de rumbo con el deseo de expandir la influencia de Fairtrade más allá de sus mercados de nicho y como una respuesta a las modificaciones en las condiciones políticas e ideológicas derivadas de reformas neoliberales y la caída de la regulación social a nivel nacional e internacional con el colapso del International Coffee Agreement (ICA) en 1989.
En 1997, las distintas iniciativas que siguieron al sello de Max Havelaar se unieron bajo Fairtrade Labelling Organisations International (FLO), actualmente Fairtrade International, para establecer estándares globales de comercio justo.
Responsabilidad Social Corporativa y el comercio no tan justo
Gavin Fridell habla en un capítulo de su libro Coffee sobre el alcance y las limitaciones del modelo Fairtrade:
Fairtrade cumplió con su objetivo expansionista en las décadas posteriores apelando a la voluntad de las compañías de mejorar sus relaciones (y su imagen) sin que llegue a ser algo impuesto como la regulación estatal.
Este éxito tuvo un impacto mayormente positivo para la vida de los caficultores, facilitando el acceso a servicios sociales a través de proyectos de cooperativas en campos de salud, educación, capacitación, crédito, tecnología e infraestructura económica.
Sin embargo, los esfuerzos no lograron erradicar la pobreza a pesar de sí mejorar las condiciones de muchos productores en el Sur Global. Además, algunos testimonios alegan que el ingreso extra que se lograba era consumido en el cumplimiento de los requisitos para ser certificados por Fairtrade. El precio pagado por los productos fairtrade, si bien tiene un piso y significa una prima social sobre el precio del mercado, no necesariamente llega siempre a cubrir los costos de producción, de modo que deja de ser una garantía de comercio justo, solo un aval de comercio menos injusto.
De esta manera continúa ligado a la fijación de un precio de manera convencional que históricamente ha sido bajo y que no necesariamente cubre los costos de producción. Los precios regulados por el ICA entre 1976 y 1989 no solo han sido más altos que los posteriores fijados por Fairtrade, sino que alcanzaban a la totalidad de las familias caficultores, a diferencia de la certificación Fairtrade que solo alcanza al 3% en la actualidad.
El mercado para productos fairtrade es limitado, por lo que muchos productores deben continuar vendiendo la mayor parte de su producción en mercados convencionales. Los requisitos son fijados con estándares del norte global y resultan costosos para las contrapartes en países productores que tienen poco o nulo poder de determinación de estos requisitos.
Hay quienes sostienen que estas iniciativas ayudan a perpetuar un sistema en que el bienestar del Sur Global depende de la soberanía del consumidor, quien tiene el poder de decidir cómo son producidos y distribuidos los bienes. El resultado de esto es un mundo en el que las necesidades del sur permanecen subordinadas a las demandas de los consumidores del norte.
Ethics Washing
La dependencia del mercado para mediar las relaciones entre productores y consumidores diluye los aspectos democráticos, participativos y redistributivos de Fairtrade.
La única tarea de los consumidores éticos es comprar con el poder adquisitivo que se desprenden de relaciones comerciales desiguales.
El problema es que la responsabilidad social corporativa solo hace lo mínimo e indispensable para evitar la crítica, y Fairtrade está alejándose cada vez más de su rol inicial y sometiéndose a la conveniencia de estas políticas empresariales.
El legado de Multatuli
Max Havelaar es la pusaka que nos dejó Douwes Dekker, aquella herencia que es patrimonio de toda la humanidad.
Podemos ver como mucho ha cambiado desde 1860, y a la vez, no tanto. A pesar de que aún queda mucho por hacer, sin duda no estaríamos donde estamos de no ser por el aporte de Multatuli al mundo literario y comercial.
Nunca duden del poder de una obra como Max Havelaar.